Vivir el momento presente como un instante feliz.

El Swami, en sus retiros de meditación consigue mantener nuestra atención a lo largo de todo el día con frases como la siguiente: Una persona inteligente es aquella que vive cada momento de su vida como un instante feliz *1
Interesante verdad? Difícil también. Es complejo llevarlo a la práctica puesto que intervienen varios factores. Precisa, de entrada, vivir en el momento presente… algo nada viable si dejamos que las inercias de nuestro pensamiento se nos lleven al futuro y también al pasado. Y de esto quería hablar. Del ahora, del ahora mismo que está a punto de pasar. De este momento presente que está a punto de convertirse en remoto. Ya ha pasado y acaba de desfilar!. De la dificultad de vivir cada instante presente y además como un momento feliz.
Y lo que sucede es que nuestros modelos mentales están programados de esa manera. Para el ego, el momento presente apenas existe. Sólo le da importancia al pasado y al futuro ya que gracias a ellos se refuerza él mismo. Puesto que el pasado ahí está y condiciona el presente. Y ¿quién seria yo sin él?.
Y el futuro, qué pasa con el futuro? nos proyectamos continuamente en él, seré feliz cuando tenga un trabajo mejor, una casa más grande, un coche más potente… entra a formar parte de nuestra realidad más inmediata, cotidiana. Y nuestro modelo mental sigue funcionando erróneamente, cuando haya ocurrido esto o lo otro, estaré  en paz.
El momento presente contiene la clave de liberarnos de estos automatismos y para ello la meditación www.meditacionenbarcelona.es es la mejor herramienta. Nos ayuda a valorar este precioso momento. Y en la medida en que hay atención, hay esmero de vivir la presencia. Pero no podré encontrar ese espacio mientras existe el diálogo involuntario al que llamo ruido. La meditación deja pasar ese ruido y consigue un equilibrio delicado entre relajamiento y atención.
*1 Swami Rameshwarananda Giri Maharaj (SRG) monje contemplativo de la Ramakrishna Mission

Vainilla, canela y avellana.

En Veracruz, entre los ríos Tecolutla y Cazones, está Papantla. En las guías turísticas te recomiendan que, si viajas a este lugar mágico, visites su catedral. Te será sencillo encontrarla ya que su torre de 30 metros de altura destaca entre el resto de las edificaciones. Quizás esta es la primera vez que escuches hablar de este destino. Incluso puede ser que no sepas que, en agosto de 2009, los papantecos perdieron su condición de habitar en un espacio mágico. Un título que recuperaron oficialmente un martes de junio de 2012. Detalles de todo irrelevantes si te explico  que Papantla es conocida por ser “la ciudad que perfuma el mundo”. 

Una mezcla irreproducible de humedad, altura y temperatura, junto con unos inviernos extremos consecuencia de los fríos vientos del norte hacen que en Papantla crezca la mejor vainilla del mundo. Lo hace en forma de vaina casi idéntica a la de las habas y que, como dictan las costumbres de los totonacas, se pizca y seca al sol, desde hace ya milenios. El resultado si lo conoces. Un aroma con tal capacidad para embriagar que podríamos definirlo como poesía en estado puro. Algo que no es de extrañar ya que, al igual que sucede con los poemas, la estructura molecular de la orquídea doradaen la que florece la vainilla, es tan compleja que los científicos no han sido capaces de determinar sus componentes.

Por eso, cuando la otra noche me pediste que te explicara lo que sentía al aproximar a mi narizla copa de vino que te había pedido, yo te miré fijamente a los ojos y no te dije nada. Luego me sonreí y te devolví la copa. En cuanto te la acercaste a los labios te dije: «a vainilla, sabe a vainilla». Ese vino joven del Bierzo que tanto nos gustó sabía a vainilla. Por eso no es de extrañar que esa noche fuera mágica. Son esas cosas que suceden en los momentos en los que cerramos los ojos y nos recordamos que tan solo tiene sentido vivir el hoy y el ahora.

Cuando dejaste la copa en la mesa completé la cata. “También sabe a madera, a melocotón y a tabaco” quise explicarte. Pero tú ya estabas en otra cosa. Quiero pensar que lo que sucedió no es que cuestionaras mis habilidades como sommelier, sino que la magia del instante te transportó a otro aroma. En este caso al de la canela. Quizás recordaste que, cuando preparo el café de los domingos, en los granos molidos espolvoreo una pizca de canela. Podrías pensar que lo hago con una intencionalidad bien clara. Dada la fama de afrodisíaca de esta especie, podrías pensar que lo hago tan solo para seducirte. Nada más lejos de la realidad. Es un gesto de gratitud. Es lo que hago cuando quiero dar las gracias a la vida por darme la oportunidad de compartir el momento.

Si bien es cierto que el embriagador aroma de la vainilla nos recuerda la importancia de vivir el momento y la delicada plenitud de la canela la emoción de compartir, en esta cata de la vida, aún nos faltaría un tercer elemento. En este caso, de todas las opciones posibles he elegido el de la avellana. La razón es bien sencilla. Mientras la otra noche vaciabas tu copa de vino con aroma a vainilla y llenabas mi mirada con esencia de canela, me contabas la felicidad tan inmensa que sientes cuando paseas por el camino de los avellanos. No tengo ni la más remota idea de por donde quedará ese camino. Lo que sí sé es que, cuando estás en él te sientes libre.

Con o sin vino, brindemos por eso. Por un instante, olvida el sabor oxidado del miedo. Quédate con el aroma de vivir el momentocon plenitud y compartirlo con los que están a tu  lado. Y, cuando todo lo que respires te lleve a esa embriagadora mezcla, ponle una pizca de libertad. Entonces respira. Respira lenta y profundamente. Deja que todo tu ser se invada del aroma de la vainilla, la canela y la avellana.


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