La simple contemplación de este paisaje me  lleva al silencio. La mezcla del canto de los grillos y el de las cigarras produce un ruido ensordecedor que me embriaga. Solamente con este acto de escucha, atento y concentrado, la meditación se da.
Además está la luz. Es la irradiación grisácea de un atardecer lluvioso que da al mar un tono aceroso y brillante. La luz aparece y se esconde, por delante y  por detrás de las nubes, juguetona, dejando a la vista la majestuosidad de la naturaleza en estado puro. El mar está quieto, en calma y refleja la vegetación circundante. Una quietud tan solo rota por un sonido “splash, splash” , son las suaves y delicadas olas que rompen en la orilla del embarcadero.
El canto ensordecedor de cigarras y grillos no puede ser mas bello. Y la luz tiñe de magia del lugar. Los olivos casi besan el mar y la contemplación te lleva a la calma. No hay mente. Hay calma. 


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